Esta ponencia estudia las comunidades digitales que comparten un interés por contar y definir una parte del mundo, un amplio abanico que combina políticas reivindicativas y sociales, intereses solidarios y proyectos artísticos.
En la actualidad el territorio ha dejado de ser propiedad de administraciones públicas, geógrafos o urbanistas. La democratización de las técnicas que permiten registrar el lugar, ha hecho posible una nueva generación de cartógrafos aficionados, que inundan la red con mapas colaborativos, libres y editables. Durante las últimas décadas se han estudiado las complejas relaciones de las personas con el espacio que habitan en condiciones extremas: exilios, migraciones, fronteras peligrosas, pueblos indígenas y derechos sobre la tierra. Parece ser que esta segunda década del siglo se interesa además por la etnografía del lugar, no sólo por cómo las personas viven, perciben, e invierten, sino también por la pervivencia de los océanos, la supervivencia de especies en extinción, la defensa de los derechos humanos en Iran, o las mancomunidades que comparten huertas y trabajos.
Los mapas nos fascinan porque cuentan historias. Las corrientes bottom up facilitan la multiplicidad de narradores, y la creación de comunidades que fomentan el intercambio y reafirman la autoridad de los esfuerzos individuales al margen de la institución y las grandes compañías.
Frente a los mapas que han definido el mundo durante décadas, ahora cada uno somos el centro de nuestros propios mundos cartográficos: todas las distancias se miden desde el punto en el que nos encontramos, y a partir de ahí el todo se reorganiza y cambia de escala. Planificar el mundo es una forma de apropiárnoslo, y el hecho de que éste se desarrolle a nuestro alrededor nos convierte en protagonistas de la historia que contamos. Puede que sea este nuevo antropocentrismo 2.0 el que favorece que muchas de estas comunidades aficionadas a cartografiar y estudiar el mundo compartan un interés ecológico, social o solidario.
Estas nuevas representaciones del mundo superan el territorio que definen, añadiendo múltiples capas de significados. Si los mapas hasta ahora han contado la historia de cómo el mundo adquirió su aspecto, es probable que la neocartografía colaborativa nos cuente las historias de las vidas y los intereses de sus habitantes.