Podríamos decir que si en la escuela no se da el encuentro, no hay escuela. Por eso es importante atender la vida que construimos en la escuela; preguntarse por las señales que nos muestran su capacidad de alojar, de acompañar, de cuidar y de enseñar mirando a cada criatura, a cada familia. Señales que profundizan el sentido y el significado de la palabra comunidad. Señales que nos invitan a pensar, indagar, conversar, compartir aquello que engloba y resguarda la vida en la escuela. Aquello que se precisa cuidar y custodiar, crear y sostener, interrogar y desarmar,… para dar el paso, ponerse en camino. Porque en este presente de políticas recortadas y reduccionistas portadoras de carencias, o nos atrevemos a humanizar la escuela o nos calzamos una escuela llena de dispositivos, volcada hacia la rapidez y la rigidez burocrática que nos hace confundir la norma con la relación, los contenidos con el saber, los resultados con el aprendizaje, el éxito académico con la curiosidad, el deseo y la alegría de crecer, de aprender y enseñar.