Tanto la metafísica como el constructivismo fracasan al presentar una simplificación infundada de la realidad, que la primera comprende unilateralmente como un mundo sin espectadores, y la segunda, también unilateralmente, como el mundo del espectador, cuando el mundo que yo conozco es siempre un mundo con espectadores, en el que ciertos hechos, que no se interesan por mí, coexisten con mis intereses (y percepciones, sensaciones, etc.). El mundo no es en definitiva un mundo sin espectadores ni el mundo del espectador. Este es el nuevo realismo. El viejo realismo, es decir, la metafísica, sólo estaba interesado en el mundo privado de espectadores, mientras que el constructivismo basaba el mundo y todo lo que sucede, de forma muy narcisista, en nuestra imaginación. Ambas teorías andan muy desencaminadas. Así que hay que explicar cómo puede haber espectadores en un mundo en el que no los hay siempre y en todas partes, tarea que se resuelve mediante la introducción de una nueva ontología. La ontología trata, en última instancia, del significado de la existencia. ¿Qué queremos decir, en realidad, cuando decimos, por ejemplo, que existen los duendes? Muchos creen que esa cuestión corresponde a la física o más en general a las ciencias naturales; en definitiva, todo lo que existe es material. ¿O no? No creemos seriamente (la mayoría de nosotros) en los fantasmas, que de alguna forma podrían violar las leyes de la naturaleza y revolotear a nuestro alrededor sin dejarse notar más que excepcionalmente. Pero cuando decimos que sólo existe lo que puede ser científicamente investigado y diseccionado con un bisturí, un microscopio o un escáner, estamos seguramente exagerando, ya que entonces no existirían ni la República Federal de Alemania, ni el futuro, ni los números, ni mis sueños. Y como creemos que existen dudamos con mucha razón en recomendar exclusivamente a los físicos la cuestión de la existencia.