La investigación que se recoge en estas páginas versa fundamentalmente sobre la singularidad de la persona. Y cuando se habla del individuo singular, hay un nombre que resuena con gran fuerza: el de Søren Kierkegaard. De ahí que este trabajo se mueva en un terreno claramente kierkegaardiano.
No obstante, desde que comencé a adentrarme en el estudio de las obras de Kierkegaard y a comprender la enorme fecundidad y riqueza de sus escritos, me ha parecido descubrir una posible coherencia o afinidad entre sus clarividentes afirmaciones y las de aquellos que, a mi parecer, son los mejores exponentes de la actitud metafísica. Me refiero, fundamentalmente, a Aristóteles y a Tomás de Aquino.
Sin embargo, muchos de los investigadores kierkegaardianos niegan la compatibilidad de su planteamiento con cualquier visión metafísica. Y centran dicha argumentación en torno a dos cuestiones:
a) En primer lugar, la aparente contradicción entre ambos tipos de pensamiento se presenta ya en el tipo de saber que persiguen unos y otros: frente al conocimiento subjetivo que Kierkegaard defiende, no cabe duda de que la metafísica pretende ser objetiva, afirman muchos.
b) Por otra parte, la concepción de la persona en Kierkegaard como alguien que tiene que hacerse a sí mismo, es incompatible con una visión metafísica de la misma, que la entiende como una sustancia estática, ya dada y concluida de antemano, sostienen otros.