“El conocimiento os hará libres”, y el paisaje es una fuente inagotable de conocimiento frente al que el hombre se dispone asombrado en busca, quizá, de su libertad. Una libertad que le permita integrarse de nuevo en los procesos orgánicos de la naturaleza, consciente de la progresiva enajenación que ha experimentado y que ahora impone los límites a su propia supervivencia. La ponderación del tiempo sobre el espacio que trajo consigo la Modernidad, fue desvinculando la experiencia del lugar del momento, cosificando los paisajes y homogeneizando los lugares al vaciarlos de contenido. El hombre, convertido por
la industria en turista, no se desplaza por el deseo de aprendizaje, sino por la mera acumulación de experiencias de consumo, ordenadas cronológicamente, donde no es capaz de reconocerse, transformado también en un objeto. Descifrar las claves semióticas que nos muestra el paisaje nos posiciona frente al relato de nuestra propia identidad, conscientes de ser parte y agentes en la composición de la realidad a través de la expresión creativa y singular que conforma la cultura.