El estudio de las emociones, su regulación y sus posibles implicaciones en la vida de las personas
es un campo de estudio que ha contado con un interés creciente en los últimos años, debido a que
hoy existen pocas dudas acerca de la importancia de la regulación emocional (Fernández-Berrocal &
Ramos, 2002; Hogeven, Salvi & Grafman, 2016, Mayers, Robert & Barsade, 2008).
Gran parte del interés científico puesto en el estudio de las emociones se debe a la Inteligencia
Emocional (IE), un concepto que fue formalmente descrito por Salovey y Mayer a principios de los años
noventa (Salovey y Mayer, 1990). Existen diversos enfoques que cuentan con una justificación teórica
de la IE basada en la revisión de literatura previa, y que se apoyan en estudios que han comprobado
su modelo mediante medidas de evaluación (Bar-On, 1997a; Boyatzis, Goleman & Rhee, 2000; Mayer
y Salovey, 1997; Petrides & Furnham, 2001). A día de hoy, dos son los modelos más aceptados en la
definición de qué es la IE: el Modelo de Habilidad y el Modelo Mixto (Mayer, Salovey & Caruso, 2000).
Los Modelos de Habilidad proponen que la IE es un tipo de inteligencia o aptitud superior que
podría superponerse con habilidades cognitivas, planteando que la IE como “la habilidad de llevar a cabo
razonamientos precisos sobre las emociones y la habilidad de usar las emociones y sus conocimientos
para potenciar el pensamiento” (Mayer, Roberts & Barsade, 2008, p.511). El Modelo de Habilidad de
Salovey y Mayer (1997) es el modelo más extendido y el que cuenta con mayor evidencia empírica a
día de hoy, el cual define la IE como “la habilidad de percibir, valorar y expresar las emociones; la capacidad
de acceder y generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la capacidad para comprender la
emoción y el conocimiento emocional; y la capacidad para regular las emociones y promover el crecimiento
emocional e intelectual” (Mayer y Salovey, 1997, p.10).