Con el establecimiento del Espacio Europeo de Educación Superior se pasa de la evaluación de contenidos a la evaluación de competencias, donde los y las estudiantes supuestamente tomarían un papel más autónomo y activo.
Si tomamos la definición aportada por Castañeda-Fernández (2016), entendemos por competencia:
las destrezas, capacidades y/o habilidades para resolver situaciones reales problemáticas que se dan en un determinado contexto, a través de la puesta en práctica integral e interrelacionada de los conocimientos, procedimientos y actitudes que el sujeto ha ido adquiriendo y desarrollando a lo largo de todo su proceso vital, obteniendo con ello unos resultados satisfactorios, eficaces y eficientes (Castañeda-Fernández, 2016, p. 137).
En este contexto, el principal reto para las universidades españolas, y en general, en las universidades de la Unión Europea sería presuntamente que los y las estudiantes desarrollen competencias para su formación integral y para su incorporación y adaptación a la vida profesional (Muñoz-Cantero, Rebollo y Espiñeira, 2014; Lluchh-Molins, Fernández-Ferrer, Pons-Seguí y Cano-García, 2017).
Por ello, en base al discurso oficial, hay un cambio importante en la metodología de evaluación en las universidades, ya que debe implantarse la evaluación de aprendizajes basados en la adquisición de competencias.