Desde su más remoto pasado histórico la ciudad de Málaga desarrolló una intensa actividad comercial a través de su puerto, que se intensificó en la segunda mitad del siglo XVIII con la exportación de vinos, aceites y cítricos y la liberación del comercio con América. Punto esencial en el desarrollo socio económico de la ciudad fueron sus instalaciones portuarias, mejoradas y ampliadas varias veces y que contaban con un faro de aceite móvil para garantizar la seguridad del tráfico marítimo.
Acorde con el incremento del flujo naval se proyectó la construcción de un faro portuario estable por parte del ingeniero director de las obras del puerto, Joaquín Mª. de Pery, cuya construcción fue concluida en 1817. Posteriormente fue ampliada su base, mientras que el aparato óptico fue renovado varias veces hasta llegar al actual, eléctrico y automatizado.
El emplazamiento en el muelle de Levante ha permitido que La Farola –como popularmente se la conoce-, haya gozado de una privilegiada visibilidad desde numerosos puntos de la ciudad, formando parte de su paisaje urbano y estableciendo una estrecha relación con la identidad colectiva de la población.
Su presencia puede rastrearse en la pintura de paisaje y marinas de la ciudad, la carteleria de fiestas de invierno, carnaval y feria, la publicidad, logotipos comerciales y la publicidad, confirmando que sus valores patrimoniales sobrepasan su propia materialidad.
Punto esencial de su interés es el hecho de que se mantiene actualmente en uso, emitiendo señales luminosas con arreglo a un código único y exclusivo del puerto de Málaga. Este cúmulo de circunstancias aconsejan adoptar la precauciones necesarias que garanticen su permanencia y uso, buen estado de conservación y que su presencia se tenga en cuenta en el planeamiento y la actividad constructiva de la zona para garantizar la permanencia de sus valores patrimoniales.