En la cultura del pensamiento arquitectónico, hay una realidad material que ha escapado a la reflexión
detallada como una entidad reconocible a pesar de que siempre ha existido como constitutiva de todos los
edificios. Dos conjuntos diferentes de elementos determinan la forma en que se organiza internamente el
volumen total del espacio delimitado por la envoltura externa de un edificio. Hay, por un lado, un
conjunto de elementos tridimensionales que proporcionan la articulación primaria del espacio, previa a la
introducción de particiones. Este conjunto, que genera una primera serie de subvolúmenes de espacio
programado, se denomina aquí “infraestructura espacial.” La mayoría de los edificios hoy día se articulan
en torno a la infraestructura espacial por excelencia del siglo XX, tal como se presenta en la Maison
Dom-Ino de Le Corbusier: una superposición de forjados paralelos separados por soportes verticales.
El segundo conjunto de elementos que contribuye a la compartimentación del espacio interior son las
particiones. Las particiones están subordinadas a la infraestructura espacial, ya que su ubicación y
disposición sólo pueden decidirse en relación a ella. Además, la infraestructura espacial permanece
generalmente inalterada durante la vida de un edificio, mientras que las particiones se pueden cambiar con
relativa facilidad, según sea necesario. En otras palabras, una infraestructura espacial dada permite
múltiples distribuciones dentro de la envolvente del edificio a la vez que conserva su especificidad
tridimensional. Por tanto, debido a su primacía jerárquica y grado de permanencia, la infraestructura
espacial, y no las particiones, define fundamentalmente la identidad tridimensional interna de un edificio.