La degradación del barrio malagueño de Lagunillas, en el que proliferaban solares abandonados y que rozaba la marginalidad, empujó al artista Miguel Ángel Chamorro a realizar una serie de acciones para mejorar la imagen del propio barrio y el sentimiento de colectividad de sus vecinos. Contó con la colaboración de los niños y niñas del barrio para pintar el primer grafiti y convertir un solar que servía de aparcamiento y, en muchos casos, de mercado de droga, en un enclave al que desde entonces los más jóvenes acuden para jugar, divertirse o educarse. Chamorro comprobó que su iniciativa tuvo éxito y fundó la Asociación Fantasía en Lagunillas. Otros artistas y vecinos del barrio, como Dita Segura y Concha Rodríguez, crearon una serie de grafitis en colaboración, nuevamente, con los vecinos de la zona, y Rodríguez también fundó la Asociación Lagunillas, el Futuro está muy Grease, para, junto a ‘Fantasía Lagunillas’, comenzar a trabajar en la revitalización de sus calles a través del arte urbano. Los grafitis, la fotografía o la música son algunos de los recursos empleados para mejorar la vida vecinal y reivindicar el carácter de autogestión del barrio.
Este estudio de caso analiza las prácticas de artivismo llevadas a cabo en Lagunillas y que lo han convertido en un símbolo de organización vecinal y de uso del espacio público. Así como las estrategias y discursos que han generado un proceso de mejora colectiva y han posibilitado un escenario de visibilización de protesta social, apoyando causas locales pero extrapolables a muchos otros municipios, como la turistificación y gentrificación de los centros históricos o el cierre de iniciativas sociales, artísticas y culturales.