Tradicionalmente la historiografía ha prestado una atención prioritaria a la guerra de las Alpujarras, restando importancia a otros conflictos del reino de trascendencia semejante, merecedores de un auténtico análisis global. En el caso de la serranía rondeña, el colectivo morisco de estas tierras se sumaría al conflicto en la primavera de 1570, tras las fatídicas operaciones de Antonio de Luna. Después de una fase de negociones, la guerra, enarbolada por los moriscos más violentos enraizados en la sierra frente a los moriscos rurales reducidos, sería dirigida por Luis Ponce de León, duque de Arcos hasta comienzos de 1571. Durante estos meses la falta de medios con que emprender el conflicto por parte de los moriscos condicionó una auténtica guerra de guerrillas en la que el dominio y conocimiento del territorio fue el principal aliado morisco. El conflicto terminó con la expulsión de los moriscos de sus tierras. Sin embargo, la continuidad de cuantiosos colectivos refugiados en la sierra condicionó su pervivencia en un acusado bandolerismo que coincide cronológicamente con la nueva etapa repobladora