Algunas palabras que parecen entrar por casualidad en el ámbito educativo, de algún modo, muestran los grandes desequilibrios en los que vivimos y que acabamos naturalizando. Una de esas palabras-estrella es la de salud mental. ¿Por qué la cuestión de la salud mental está en el candelero en la escuela y fuera de ella? Preocuparnos por el bienestar de las criaturas y de sus contextos de vida tiene sentido, pero sin darnos cuenta caemos en la transformación de las criaturas en etiquetas, lo que desresponsabiliza a los adultos y al contexto. Aparentemente reduce el estigma porque es nombrado de forma “natural”, pero, a la larga, produce efectos perturbadores ya que lo amplifica e, incluso, se puede llegar a banalizar el sufrimiento. Esta es una paradoja de la irrupción de palabras procedentes del ámbito de la salud en nuestras vidas cotidianas. Este texto pretende ser una invitación a una vuelta a la poética de lo cotidiano. Hablamos de poética porque la escuela, como parte de la vida, no debe cerrase a unos determinados lenguajes, sino que necesita recuperar la palabra, la escucha, la conversación. Por ello es primordial encontrar palabras que no fracturen las conexiones entre lo subjetivo y lo social, entramado que hace de cada persona un ser original, evitando de este modo caer en otras palabras que nos llevan a deslizarnos rápidamente a la patología y nos encierran en significados predeterminados creando identidades fijas y realidades estáticas.