La democracia representativa es descrita en algunos debates políticos y académicos como un sistema en crisis. Se cuestiona su capacidad para promover sociedades más cohesionadas, dado que la polarización política (PP) han aumentado desde finales del siglo pasado. La polarización es entendida como la tendencia que se produciría, tras una discusión grupal, en la que las personas refuerzan sus preferencias en la dirección del prototipo del grupo al que pertenecen. Las discusiones académicas sobre la PP apuntan dos caminos explicativos considerados por Iyengar (2019) como independientes: polarización ideológica y polarización afectiva. La primera estudia cómo las diferentes posiciones ideológicas producen divisiones en un grupo. La segunda hace referencia a la identificación afectiva y sería ésta el elemento central en el desarrollo de la PP. Este último enfoque lo aborda la Psicología Social desde la Identidad Social, donde dos elementos emergen: la categorización social y el favoritismo endogrupal. Recientes investigaciones muestran que, cuando la ciudadanía participa en espacios organizados para deliberar y tomar decisiones, es posible superar la polarización al activarse una categoría común: ser miembro del grupo deliberativo. Se produce en este caso un proceso de recategorización que supera las identidades ideológicas. El establecimiento de espacios de deliberación se viene promoviendo a través de la implementación de distintas innovaciones como los denominado minipublics. Algunos autores presentan la despolarización como un posible resultado de la participación en estos espacios, aunque los datos en cuanto a su capacidad para promover cambios estructurales no son concluyentes. De acuerdo con todo lo expuesto, proponemos una discusión teórica sobre la contribución de la Psicología Social en el estudio de la PP, apuntando los procesos de categorización y de identidad grupal como centrales para avanzar hacia una democracia mejor.