La relación, para poder denominarse educativa, debe ser una experiencia de la alteridad (Skliar y Larrosa, 2009). A partir de aquí me pregunto: ¿Se trata de una relación educativa la que establecen educadores y educadoras sociales cuando hablan del otro como vulnerable, desfavorecido, en riesgo o en exclusión social? “En el momento en que queremos decir quién es alguien, nuestro mismo vocabulario nos induce a decir qué es ese alguien” (Arendt, 2020, p. 205). La descripción se llena de cualidades y características que ese alguien comparte con otros, dejando atrás su unicidad y singularidad. Si se cataloga al otro como diferente, se pierde la transparencia y solo existe el prejuicio (Skliar, 2014). La imagen del diferencialismo "no es otra cosa que un dedo que apunta directamente a lo que cree que falta"- entendido como lo ausente, el desvío o lo anormal- (Skliar, 2014, p. 152). La diferencia, por tanto, no es un sujeto, es una relación, en tanto que es uno quién define al otro a partir de su percepción (de carencia o de dificultad).
A lo largo de tres años consecutivos, he realizado un análisis de las experiencias en el Prácticum de seis estudiantes del Grado de Educación Social de la UMA. Este me ha permitido describir tres pasajes en el modo en que describen al Otro (los otros y las otras): (a) el otro en riesgo, excluido o pobre; (b) el otro con problemas, síntoma; (c) el otro, completamente otro. El modo en que las estudiantes nombran al otro y narran su vivencia en el Prácticum, desvela los lugares – sentidos y significados- desde los que habitan las relaciones con los otros y las otras, y por tanto, desde donde van construyendo la profesión. En este sentido, considero que la formación del Prácticum debe abrir espacios que permitan cuestionar el modo en que se mira al otro y crear una relación pensante con el mundo que coloque a los y las estudiantes en un vacío (Zambrano, 2022) desde el que contemplar la integridad de las personas con quienes hacen su oficio.