Los movimientos sociales son a menudo un lugar de innovación y experimentación política singular. En ellos activistas y ciudadanos de a pie tienen la ocasión de interpretar y poner en práctica sus valores políticos y así como las normas que regulan cuestiones tan relevantes como la inclusión y la participación política. Esto ocurre en un contexto atravesado por necesidades epistémicas y funcionales, así como valores morales y estéticos, entre los muchos otros elementos que configuran las prácticas de un movimiento social. El estudio de los movimientos sociales a través de un enfoque etnográfico puede contribuir a desarrollar el significado concreto de esas normas y valores, analizando las prácticas que los encarnan de manera más o menos exitosa y ganar así nuevas perspectivas que enriquezcan los debates en teoría y filosofía política. Además, el enfoque etnográfico puede contribuir a explorar las relaciones que los valores y las normas políticas pueden establecer con el resto de elementos que configuran la práctica política. En mi opinión, una manera particularmente interesante y provechosa de hacerlo consiste en identificar maneras en las que los actores, en este caso, activistas y otros participantes en movimientos sociales, a menudo se encuentran en un proceso continuo de ajuste y reinterpretación de los varios elementos – normativos, epistémicos, funcionales, estéticos, etc. – que componen sus prácticas.