Los festivales de música moderna —en especial los dedicados al pop-rock— han proliferado por todo el mundo desde finales del S. XX, convirtiéndose en un fenómeno de alcance mundial. Las causas parecen encontrarse en la crisis que la industria musical sufre desde el pasado siglo y en la apuesta por el formato del directo como destacada forma de consumo. Además, el sector ha encontrado en estos productos una manera de aumentar sus ingresos y de dar respuesta a las necesidades de las nuevas audiencias, que demandan experiencias de gran intensidad. A ellas, hay que sumar el uso de estos eventos como reclamos turísticos, debido a su poder de atracción de visitantes y a su capacidad de generar riqueza en las zonas que los albergan.
En España, este crecimiento en el número de festivales ha sido aún más rápido, llegando a contabilizarse más de 900 eventos en 2019, que generaron casi 400 millones de euros en volumen de facturación. Entre ellos, los macrofestivales —los que superan los 100.000 asistentes— se erigen como referentes y son los que marcan las tendencias de este segmento de la industria musical.
Sin embargo, y a pesar de su relevancia, estos eventos no han recibido la suficiente atención por parte de la comunidad científica, que ha estado centrada en analizar toda suerte de impactos —especialmente económicos, culturales y turísticos— sin atender a explicar en profundidad el fenómeno. Las lagunas son aún más significativas en el caso de la investigación española en la que escasean los estudios que describan las particularidades que presentan los festivales nacionales.