Kant asume que el acto de pensar está estrechamente relacionado con la dirección que toma tal acto, no menos con el pensamiento en cuanto resultado del mismo acto, como sugiere de hecho el sustantivado verbo alemán denken. Con esta alusión titular se pone en relación en seguida la sensibilidad, en el entendido que el pensamiento cuenta con ella en su despliegue. Aparecen planteados aquí entonces los términos generales de esta relación, anunciándose así, un poco antes, lo que él desarrolla más tarde en las Críticas publicadas tras este opúsculo. Agréguese además otra relación de importancia
considerada en este mismo trabajo, la entre lo sensible y lo suprasensible, con la que se alude no sólo a la mística, sino también a la tradición metafísica precedente, explicitándose con esto lo que desarrolla Kant en varios de sus otros textos posteriores, incluido también La Religión dentro de los límites de la mera razón (1792). Aun habría que decir que, por cierto, los términos de este par de relaciones no agotan lo comprendido respecto a los miembros de cada una, es decir lo que, por ejemplo en la primera, se entiende por sensibilidad o el sentimiento, cuestión sin duda relevante en la consideración de la orientación o del sentido.
A no pocos de los textos kantianos les es común, en fin, el hecho que, pese a su brevedad, tienen una repercusión que contrasta con aquella. Aquí baste mencionar acaso la Paz perpetua, convertida en clásico en no pocos manuales de filosofía política. Consiguientemente, tanto por sus razones externas, como por las internas, este escrito kantiano ¿Qué significa: cómo orientarse en el pensamiento?, tal vez poco considerado en comparación con otros, presenta razones suficientes para ser abordado más a fondo, y más aun cuando, dentro de la misma filosofía, sus huellas pueden seguirse incluso hasta Heidegger.