El ensayo Bases para una interpretación de Rubén Darío redactado por un joven Mario Vargas Llosa como tesis para optar al grado de Bachiller en Humanidades presentada en la Universidad de San Marcos en 1958 puede leerse como una poética interpuesta. Si el apego a la tradición resulta una veta indudable en la narrativa de Vargas Llosa, donde retoma las lecciones de la mejor novela decimonónica, con especial énfasis en la literatura francesa y el ejemplo mayor de Flaubert, es en la vida y obra de Darío donde encuentra, más allá de un escritor conspicuo, algo así como un modelo inmiscuido en una empresa equiparable a la bosquejada en sus inicios narrativos: el cuento Los jefes (1957) y con mayor detenimiento en La ciudad y los perros (1963). De tal modo la tesis de Vargas Llosa centra su interés no tanto en la obra de Darío sino en la conversión del nicaragüense en artista, y, de tal modo, explicita su propia vocación literaria vista como un compromiso con la belleza.