La interpretación tradicional sobre el modo en que se acumularon los restos fósiles conservados en La Brea plantea que los animales herbívoros que deambulaban por la llanura aluvial de esta región californiana durante el Pleistoceno Superior se quedarían ocasionalmente entrampados en pozas superficiales de alquitrán, cuya viscosidad sería mayor en verano. A su vez, cada uno de estos cadáveres atraería a numerosos carnívoros carroñeros, tanto terrestres como aéreos, los cuales correrían también el riesgo de verse atrapados en el alquitrán, lo que explica la abundancia de estos organismos en la tafocenosis. Con el tiempo, los niveles de alquitrán crecerían formando cuerpos cónicos gracias al depósito de sedimentos aluviales, enterrándose en ellos los restos esqueléticos. Si este escenario es correcto, los animales quedarían entrampados por la porción más distal de sus extremidades, lo que implica que los elementos esqueléticos autopodiales se enterrarían en el alquitrán inmediatamente, protegiéndolos de la meteorización subaérea. Por ello, las falanges, los metapodios y los huesos carpales/tarsales deberían ser los que mostrasen un menor grado de meteorización, mientras que, conforme a esta secuencia distoproximal de entrampamiento, los huesos zeugopodiales (radio, ulna, tibia y fíbula) deberían mostrar un grado intermedio de meteorización y los estilopodiales (húmero y fémur), que serían los más expuestos, estarían más meteorizados. Para someter a prueba esta hipótesis se analizó la meteorización de los elementos del esqueleto apendicular en las dos especies de carnívoros mejor representadas en la acumulación de La Brea conocida como Pit-91, el gran félido Smilodon fatalis y el cánido de tamaño medio Canis dirus, cuyos restos dan cuenta del 78% de la tafocenosis.