En la vida política de las sociedades democráticas es tan importante tomar decisiones sobre los problemas que afectan a la ciudadanía como definir esos mismos problemas. Sin embargo, a menudo, la definición de los problemas colectivos responde a los intereses de grupos sociales dominantes. A través de varios mecanismos, como por ejemplo, la distribución desigual de posiciones de poder simbólico, estos grupos definen los conceptos con los que nos acercamos a la realidad (guerra, violencia), también determinan los hechos relevantes para la definición de un problema (la relevancia del número de muertos en un conflicto, los hechos históricos relevantes), así como los valores que están en juego (comprensión individual de libertad o social). Con ello, grupos tradicionalmente oprimidos quedan fuera de los espacios y las prácticas donde se definen los problemas que les afectan. De esta manera, se ven coartados en su capacidad de articular sus experiencias de sufrimiento social. Sufren, pues, lo que podemos denominar “dominación expresiva.” La dominación expresiva representa un reto para las sociedades democráticas, puesto que a menudo contribuye a socavar una de las tareas fundamentales de la acción política, a saber, la identificación adecuada y resolución de los problemas que afectan a la ciudadanía. También representa un problema en tanto que contribuye a reafirmar conceptos, hechos y valores tal como son interpretados por grupos sociales dominantes y por tanto contribuye a la reproducción de las relaciones de dominación existentes.