Tras la pandemia provocada por la COVID-19, los grandes festivales de música moderna han vuelto a celebrarse con total normalidad, congregando a miles de participantes en sus recintos. Junto a los eventos que ya se venían celebrando antes de la crisis sanitaria se han sumado otros nuevos promovidos por la buena salud de la que goza el sector en España. Si en 2019 se alcanzaba la cifra de 900 eventos celebrados por todo el país (INE, 2020; APM 2020), según los datos preliminares disponibles (Sánchez, 2022; Rodríguez, 2022), esa cifra se habrá superado en 2022, con el surgimiento de nuevas citas que suman a las nacidas durante los dos años de pandemia.
Concebidos como fenómenos multidimensionales —de naturaleza económica, social, cultural, turística, artística y antropológica—, los festivales de música moderna se constituyen como ecosistemas comunicacionales en los que, a través de las múltiples narrativas audiovisuales difundidas (Pérez-Ordóñez y Sosa Valcárcel, 2022), se relacionan los distintos agentes que los hacen posible, destacando su dimensión relacional y experiencial. Dichas narraciones dotan de significados sociales y artísticos a estos eventos y a quienes participan ellos, por lo que se convierten en instituciones creadoras de sentido. En estos relatos tienen una gran influencia los imaginarios colectivos generados desde los años 60 y 70 en torno a los festivales de la contracultura (Stone, 2009; Webster y McKay, 2016: Anderton 2019; Chaney, 2020), pero que en nuestro país han quedado reducidos a cuestiones estéticas y a su concepción como espacios de libertad, al margen de la vida cotidiana (Pérez-Ordóñez y Sosa Valcárcel, 2022). Sin embargo, se aprecia una relación con el ideario asociado a las romerías, eventos populares de naturaleza religiosa y festiva, tan numerosos en España.