Se puede realizar una aproximación crítica a la obra cinematográfica de Ingmar Bergman a partir de la idea de «espacio existencial», tal y como la desarrolla el arquitecto y teórico noruego Christian Norberg-Schulz. Los sucesivos niveles de percepción del espacio (paisaje-ciudad-casa), y los elementos constitutivos del espacio existencial (centro-recorridos-zonas), unidos a la concreción formal que aporta la arquitectura en la definición de la imagen cinematográfica, están presentes en la obra de Bergman hasta el punto de formar parte de la génesis de sus historias. En películas como Gritos y susurros (1971), El séptimo sello (1956), Fresas salvajes (1957), Fanny y Alexander (1982) y, sobre todo, en Persona (1965), se exploran al límite recursos narrativos basados en la idea del espacio existencial y su caracterización arquitectónica. Desde el paisaje hasta los interiores en los que se desarrollan las historias, estos espacios se incorporan a la narración como protagonistas de las mismas.