La crisis derivada de la pandemia de la COVID-19 ha puesto de relieve la necesidad de
fortalecer el papel de las personas en un mundo global. Una sociedad que, además, aspira a
ser una sociedad inclusiva donde la justicia social, económica y medioambiental sea su seña de
distinción. En 2015 inaugurábamos la era del desarrollo sostenible, hoy tras la crisis global,
estamos en las puertas del decenio que ha de transformar el mundo que vivimos desde una
visión integral e integrada.
En este momento, que la desigualdad no es solo territorial, sino que además es, una
desigualdad económica, de género y generacional, la educación juega un papel crucial para
lograr que nadie se quede atrás. Una educación inclusiva que fortalezca los mecanismos de
lucha contra la vulnerabilidad social y laboral fortaleciendo las capacidades de las personas, no
solo para afrontar los retos del futuro, sino, fundamentalmente para liderar los cambios.
Esta necesidad de afrontar la vulnerabilidad social, para lograr la igualdad de oportunidades,
ha de realizarse desde una estrategia integral que permita que todas las personas,
independientemente de sus características y situaciones, puedan desarrollar todos sus
talentos. Una acción que ha de focalizar sus actuaciones en la lucha por la inclusividad laboral,
social, cultural y personal. Una sociedad solo puede ser inclusiva cuando todas las personas
pueden desarrollar su proyecto de vida en igualdad de oportunidades.