Bajo el prisma educativo, concretamente de la profesión docente, la identidad se asocia a la imagen que un sujeto tiene de sí mismo respecto de su
práctica profesional, como proceso orientado a construir un modo propio
y concreto de sentirse profesor, al mismo tiempo que le aporta sentido a su
ejercicio profesional (Bolivar, 2016). Pese a la claridad conceptual a la hora
de entender este proceso, una sociedad del conocimiento, caracterizada
por la información e incesantes cambios, debe repensar constantemente
la identidad del docente como ejercicio de ciudadanía y desafío inherente
a dicho proceso pedagógico. Por ello, el presente capítulo se articula sobre
la función del docente en la actualidad, y se comienza contextualizando
su función concreta, su código deontológico o los límites de su ejercicio.
Todo ello nos lleva a reflexionar sobre la función del docente en el presente,
encargado de desarrollar un proceso educativo más allá de la instrucción y
el intercambio de información, pues el educador también debe atender a la
gestión de la convivencia, al mismo tiempo que educar en valores (Toribio,
2016), circunscrito a las necesidades diversas que presenta el alumnado
actual. El uso del conocimiento y la adquisición de competencias adecuadas
permitirán desarrollar el modelo centrado en la atención a la diversidad y
las necesidades específicas de cada alumno.