María Blanchard (Santander, 1881-París 1932) tuvo el privilegio de ser una de las artistas de París que consiguieron escapar a las retrógradas normas que los hombres imponían a las mujeres. Sin embargo, a la larga, y como suele ser habitual, la usurpación de los privilegios masculinos acabó cobrándose un precio: el del silencio, la discriminación, y la devaloración del trabajo de las mujeres. María Blanchard no escapó a ello.
Esta exposición, organizada por el Museo Picasso Málaga, que se prolongará hasta el mes de septiembre, es un merecido homenaje a la obra de la pintora santanderina. En ella se pueden contemplar obras de todas sus etapas, a través de un interesante recorrido cronológico que abarca desde un primer momento de formación, hasta la consolidación de su particular y único estilo. Una verdadera apuesta que pone en valor su aportación a la consolidación del arte moderno, por encima de cualquier jerarquía o adscripción a un movimiento en concreto, sin olvidar que «la gran dama del cubismo», como así se la llegó a conocer, fue una de las más importantes representantes en la consolidación de este lenguaje de vanguardia, junto a Pablo Picasso y Juan Gris.
La elegancia de sus figuras femeninas, en conjunción con su sólida técnica pictórica, tiene uno de sus mejores ejemplos en La dama del abanico (1913-1916), obra inaugural de esta nueva visión.