«Odio la política». ¿Cuántas veces lo oímos? O «yo de política no entiendo, o no hablo». Cuando se conoce a nuevas personas, la indicación clásica es no hablar de política, religión o fútbol. Sin embargo, toda la legislación del sistema de enseñanza es realizada por la clase política, y obedece a políticas. Grupos religiosos gestionan colegios, institutos y universidades, y es habitual ver a niñas y niños con camisetas de equipos de fútbol. ¿Hasta cuándo se hablará de educación ignorando que está directamente relacionada con todo aquello de lo que teóricamente no se puede casi ni mencionar, y habrá libros que no aborden todo ello? En asignaturas en facultades de Educación, ¿cuántos temas directamente relacionados con la realidad, y con quienes determinan lo que realmente pasa, se seguirán ignorando, permanecerán fuera del temario, serán tabú?
La educación no es un ente abstracto. En manos de Estados, de instituciones que están por encima de ellos, de familias, de todo tipo de organizaciones, todo pretende estar atado, y bien atado. Si no entendemos que lo más probable es que cualquier escrito en una red (anti)social de alguien como Mbappé tenga más influencia –sea educativo o no– que lo que diga cualquier docente, mal vamos. Si como profesionales de la enseñanza –o formándonos para serlo– no comprendemos la teoría del mundo en el que vivimos, será imposible que lo mostremos, nuestra práctica seguirá siendo totalmente beneficiosa para continuar con la vida de privilegios y desigualdades mundiales en la que nos encontramos, incluso los genocidios a nuestro alrededor «no serán nuestro problema».
Si think tanks, lobbies, OCDE, neuromarketing, nomofobia, interseccionalidad, lo que hay tras TikTok o Instagram o similares; si problemas reales de la enseñanza que son silenciados… nos son ajenos, y no se ve más allá de las aulas, es alienación pura. ¿Quién gana cuando no se habla de lo que determina casi todo? Mira a quién beneficia y verás al culpable…