Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial y el obligado exilio de Daniel-Henry Kahnweiler, Léonce Rosenberg, joven marchante de arte decide hacerse cargo de algunos de los artistas anteriormente contratados por éste, a los que suma nuevas incorporaciones provenientes de otros estilos artísticos. Sin embargo, las expectativas de estos artistas, quienes vieron en el ofrecimiento de Rosenberg una manera de sobrevivir financieramente durante el conflicto bélico, distaría mucho de las verdaderas aspiraciones del marchante. Con una visión comercial que, en ocasiones, no coincide con la de los artistas, y un fuerte temperamento, las relaciones no siempre serían fáciles y llegarían a enturbiar interesantes proyectos que jamás llegarían a ver la luz. Las convicciones de Rosenberg acerca de las posibilidades de un cubismo colectivo, sus exigencias en la producción de determinadas piezas y su participación en las ventas Kahnweiler en los años veinte llevarían a la diáspora del grupo cubista que tanto esfuerzo le costó reunir durante la guerra.