El profesor Diéguez Lucena ha tenido la amabilidad de replicar a mi artí-culo: «¿Se puede naturalizar la epistemología?». Me alegro sinceramente por ello. No sólo por la deferencia que supone atender a mis comentarios, sino porque esto le ha dado ocasión para ofrecernos una magnífica panorámica de las distintas formas de naturalismo vigentes (unas más y otras menos) en el pensamiento actual. Además de un nuevo ejemplo de su riguroso, documen-tado y sólido método argumentativo. Leer su réplica ha sido un auténtico placer, que le agradezco.
En esta breve respuesta final, y antes de cederle la última palabra al autor de «La Evolución del Conocimiento», no quiero volver a repasar ningún de-talle del argumento antinaturalista de Plantinga. Pues considero que, con lo expuesto en los dos artículos anteriores (¡y sobre todo en el propio libro de Diéguez Lucena!), posee ya el lector elementos más que suficientes para for-marse su propio juicio sobre este particular.
Sin embargo, sí que creo oportuno esbozar, aunque sea a grandes rasgos, mi posición acerca del llamado «naturalismo metodológico». No sólo porque parece ser la versión del naturalismo más apreciada por mi interlocutor, sino porque, de no hacerlo, creo que tal vez podría dar lugar a un malentendido acerca de mi propia posición, sobre todo en lo que se refiere a mi modo de entender la ciencia.