Cuando la hija de Herodías bailó, inducida por su madre, ante Herodes, ni siquiera podía imaginar el papel que la historia y el arte le tenía reservado. La Biblia cuenta muy poco sobre Salomé. Ni siquiera informa de su nombre. ¿Por qué entonces se convierte en la personificación de la fatalidad femenina por antonomasia? El camino para transformar a la princesa hebrea en motivo iconográfico de primer orden exigía algunos cambios de guión, invirtiendo responsabilidades y transfigurando a los actores. La capacidad de adaptación del mito bíblico ofrece múltiples posibilidades. Salomé, y sus circunstancias, han inspirado reiteradamente la creación artística en sus diversas manifestaciones. La literatura, las artes plásticas y, como era de esperar el cine, precedido del teatro y la ópera, no pudieron ―ni quisieron― sustraerse al potencial visual y narrativo del drama. La confluencia de los distintos medios creativos activa, además, un interesante enfoque que atiende a la fructífera interrelación entre ellos, hasta el punto de hacer de su figura un icono, es decir, un referente estético, cultural y vital. A esta dimensión responde Salomé (1923), la obra más arriesgada de la polifacética artista, directora, productora y guionista, Alla Nazimova. El presente trabajo pretende recorrer los distintos perfiles y ámbitos artísticos de este impactante ejemplo de correspondencia entre las artes y la vida. Una Salomé, renovada y vanguardista, exquisita adaptación de la obra de Oscar Wilde e inspirada en las creaciones de Aubrey Beardsley, en la que personaje y creadora intercambian protagonismo.