Este artículo se sirve de la música para establecer un paralelismo entre ésta y la traducción, pues si la traducción es una interpretación (musical) de un texto, puede haber innumerables traducciones válidas, pudiendo haber alguna “de referencia”. Además, se plantea que las facultades son como conservatorios donde los futuros traductores estudian técnicas y aprenden fundamentos teóricos (que compara con el solfeo, la armonía y la composición) y que las
traducciones “envejecen” porque su estilo de interpretar ha pasado de moda.
Finalmente, se llega a la conclusión de que, para interpretar una obra (es decir, para traducir una obra) se ha de averiguar para qué “temperamento” fue escrita; si es reciente, se podrá suponer, en principio, que ese temperamento es el convencional de hoy, pero, si se trata de un clásico, el traductor tendrá que “temperar” y “templar” su castellano.