Toda traducción es una obra nueva derivada de otra original, y el traductor es su autor por gracia del mero hecho generador de dicha obra. De este modo, obra y autor forman, por así decirlo, una especie de dualidad ontológicamente necesaria: ambos se necesitan para ser. No hay obra sin autor ni autor sin obra. Del mismo modo, por propiedad transitiva, no hay obra derivada sin traductor ni traductor sin obra derivada. Y, si vamos un pelín más allá en la transitividad, no hay traductor sin obra derivada de otra original. He aquí la particularidad consustancial a la traducción, que a veces, por perogrullesca que parezca, se suele toda traducción es una obra nueva derivada de otra original, y el traductor es su autor por gracia del mero hecho generador de dicha obra. De este modo, obra y autor forman, por así decirlo, una especie de dualidad ontológicamente necesaria: ambos se necesitan para ser. No hay obra sin autor ni autor sin obra. Del mismo modo, por propiedad transitiva, no hay obra derivada sin traductor ni traductor sin obra derivada. Y, si vamos un pelín más allá en la transitividad, no hay traductor sin obra derivada de otra original. He aquí la particularidad consustancial a la traducción, que a veces, por perogrullesca que parezca, se suele saltar a la violeta: para que la creación del traductor sea una obra con todas las de la ley, ha de existir una creación original previa que no sea transformación de ninguna otra.saltar a la violeta: para que la creación del traductor sea una obra con todas las de la ley, ha de existir una creación original previa que no sea transformación de ninguna otra.