Durante la primera mitad del s. XVI el lenguaje de la arquitectura eclesiástica de Málaga consistió en la calidad del material y el volumen de la obra. Los templos de cantería y mayor capacidad se asignaron a las instituciones más prestigiosas de las ciudades (catedral y colegiatas); en tanto que los de albañilería y menor capacidad a las parroquias y feligresías rurales. La decoración también se adjudicó a los primeros. Fue una política arquitectónica dirigida a potenciar y complacer los ámbitos urbanos, frente a un campo cada vez más sojuzgado y culturalmente empobrecido.