Las milicias locales, mantenidas en la costa del Reino de Granada hasta finales del siglo XVIII, eran una institución arcaica que utilizaba a los propios vecinos como soldados ocasionales para defender su tierra ante cualquier invasión enemiga. Estas compañías de "gente natural" estaban mandadas por un capitán, con sus correspondientes subalternos, nombrado por el Rey y el Consejo de Guerra a propuesta de los Cabildos, que remitían sus ternas a través del Capitán General de la Costa. El procedimiento para proponer a estos cargos militares, los solicitantes y aquellos que fueron elegidos, reflejan el monopolio que las elites locales disfrutaron sobre dichos empleos, fundamentalmente por su importante carga de prestigio y prelación social.