La obra de Picasso ha dado pie a numerosas interpretaciones. Su ambigua y multiforme iconografía es resbaladiza en cuanto que los motivos y elementos pueden sufrir procesos de transformación estilísticos o simbólicos. Para ello se hace uso de un concepto de variación aplicado a la iconografía picassiana, puesto que la extrema libertad con que el artista trató el lienzo y el papel le llevó a derribar los límites de lo representativo y establecer un marco propio de expresión.
Son múltiples las maneras de analizar a Picasso. La bibliografía se ha ocupado de distintas cuestiones biográficas, técnicas, psicológicas o iconográficas. Sin embargo, son escasos los estudios que abordan su proceso artístico desde dentro, es decir, desde una evolución interna que se desarrolla entre finales del siglo XIX y los años setenta del XX. Poniendo obras en su contexto y analizándolas en conexión con otras tanto anteriores como posteriores se puede entender el modus operandi con el que trabaja Picasso.
Las dos principales cuestiones que subyacen en la producción picassiana son el encuentro entre lo masculino y lo femenino, y la posición del artista ante el arte. De ahí que se haga hincapié en tres temas fundamentales que desarrollan un discurso en torno a esos problemas: la triada femenina que se extiende a lo largo de toda su carrera; las ilustraciones para Las metamorfosis, fruto de un momento clave de fusión clasicista y surrealista, y los personajes autorreferenciales como Cristo, Orfeo y el Minotauro, que se condensan entre 1929 y 1937, se convierten en ideogramas y codifican la imagen del yo picassiano.
Estos tres ejes vertebran la producción picassiana de los años veinte y treinta y se encuentran enraizados en la mitología grecorromana. Le permiten una reflexión en torno a lo trascendente de su función como artista. Están a su vez asociados con otros temas recurrentes del imaginario picassiano como el pintor y la modelo o la muerte de Marat, de modo que vehiculan su modo personal de entender el arte y refuerzan su posición ante el arte y su historia.
Especial importancia adquiere la figura de Orfeo, que se convierte en alter ego del artista desde 1930, aunque no de un modo tan evidente como se pudiera esperar. El mito del poeta y músico tracio se oculta en la obra de Picasso con diferentes formas y puede descubrirse bajo la máscara de otros personajes como Cristo o el Minotauro, asociados en el periodo 1929-1937 a lo autorreferencial e introspectivo. La identificación con Orfeo es un modo de evasión de lo terrenal y tienen que ver con un descenso al inframundo de lo desconocido, que consecuentemente implicaría un constante renacer purificador y metamórfico.