La presente tesis doctoral pone de relieve que las causas de la violencia son múltiples y complejas, y surgen de la interacción entre la persona y los diferentes entornos donde despliega sus actividades. En cada uno de esos espacios interactivos podemos encontrar factores de riesgo (la ausencia de límites, la sensación de exclusión o marginación social relacionado con el contexto socioeconómico, la exposición a modelos violentos de interacción familiar, la justificación de la misma en el entorno habitual...) y factores protectores de la violencia (modelos sociales solidarios, contextos socioeconómicos propicios, transmisión de valores positivos en la familia, actividades de ocio constructivas, colaboración familia-escuela...).
Esta investigación pretende abordar a través del estudio de campo, el fenómeno de la violencia y el acoso escolar en Málaga capital, su evolución en el periodo 2007/2014 así como su incidencia en las redes sociales a través de las nuevas tecnologías. Además, para profundizar en las causas y factores que lo determinan (contextos socioeconómicos y familiares, factores como el género y la edad, tipo de hábitos de ocio o dificultades académicas) ha sido necesario recurrir tanto al estudio de casos (a través de la información extraída de los distintos protocolos abiertos por acoso escolar), como a la realización de entrevistas personales. Finalmente, se ha querido comprobar las respuestas y modelos de intervención que ofrecen las distintas administraciones, poniendo el énfasis en la educativa. Si bien se dedica un capítulo concreto al análisis de los resultados de los distintos estudios, a lo largo del desarrollo del marco teórico se irán incorporando algunas dimensiones de análisis de la realidad investigada, a fin de contrastar el cuerpo teórico con los resultados obtenidos, manteniendo un diálogo permanente entre ambos, con el objetivo de enriquecer la exposición.
El resultado final de todo este estudio no debe ni puede ser considerado como definitivo, fijo e inamovible. Si bien se puede hablar de la existencia de violencia escolar en mayor o menor grado, cada caso obliga a hablar de factores de riesgos, de contextos probables o de perfiles de vulnerabilidad. A tenor de los resultados obtenidos en 2015 en algunos IES de Málaga, los malos tratos, abusos y la violencia ente iguales ejercida por el alumnado, de forma ocasional, en sus diferentes formas, están presentes en todos los centros, con independencia de las zonas en los que se ubiquen; y son sufridos, presenciados y ejercidos por un porcentaje significativo de alumnos. No obstante, constatamos una evolución decreciente en este tipo de conductas desde 2007 hasta la actualidad. Se fija pues una tendencia claramente a la baja, en línea con otros estudios similares ya expuestos.
Asimismo, la incidencia actual de las conductas de bullying en los IES estudiados, se sitúa en niveles bajos, siendo ésta inexistente en alguno de ellos. Con una incidencia real media de conductas que el alumnado reconoce realizar, sufrir y percibir (percepción de agresor, víctimas y testigos) cifrada en un 0,82 %; 2,4% y 13,7%, respectivamente, obtenemos un índice medio de acoso del 5,6%. Y si observamos lo que acontecía en 2007, la incidencia real media de alumnos que reconocían realizar, sufrir y percibir alguno de los comportamientos de acoso (percepción de agresor, víctimas y testigos) cifradas en un 1.56%; 2% y 17,25%, respectivamente, obteníamos un índice medio de acoso del 6,93%, por lo que podemos concluir que el bullying en los IES estudiados se ha reducido en la actualidad en 1,33 puntos respecto a 2007, lo que representa un porcentaje de descenso de conductas de acoso del 19,2%.
Esta tendencia decreciente puede estar motivada, entre otras causas, por el mayor nivel de concienciación de la sociedad y especialmente de la propia comunidad educativa, manifestada a través de la amplia batería de medidas concretas que existen y se aplican tanto de intervención como de prevención contra el maltrato escolar.
De entre todas las conductas de maltrato entre compañeros predominan las de violencia psicológica y exclusión social, como hablar mal, burlarse de alguien, ignorar, no dejar participar, o insultar, por encima del maltrato físico directo, de las amenazas y por supuesto de conductas de hostigamiento sexual que prácticamente desaparecen. Los chicos presentan mayores porcentajes de conductas violentas ocasionales que las chicas y son más proclives a ejercer comportamientos violentos tanto directos como indirectos. Por tanto se comprueba que el género masculino tiene una mayor implicación en problemas violencia y acoso entre compañeros, así como de victimización. Además determina un tipo de maltrato distinto más focalizado en agresiones verbales. Las chicas igualan ciertas conductas como el pegar, pero tienen menos probabilidades de desarrollar conductas violentas y de acoso. Por otro lado, se ha demostrado que son los cursos de 3º y 2º de la ESO, los que más problemas de violencia y bullying concentran. Por contra se muestran bajos los porcentajes de 1º. En 4º de la ESO, vuelven a descender e incluso desaparecen las conductas de bullying. Por lo que el factor edad junto al género se erige como un rasgo común que define parte del perfil del agresor.
Se ha demostrado que la violencia escolar se ejerce en porcentajes muy elevados a través del grupo o banda, en concreto el 32,26% de la violencia ocasional y el 12% de las conductas de bullying se practican de forma grupal.
En relación a los alumnos/as víctimas que se deciden a hablarlo con alguien (76,4% que sí deciden hablarlo con alguien frente a un 24,4% que no lo comentan con nadie) sería familia, seguida de los amigos, quienes más confianza generan, mientras que los profesores son los que menos. De ellos un 30,7% lo habla con sus padres y el 24,4 % prefiere a sus amigos. Los profesores sólo son informados por unos 9,5% de alumnos/as.
Se ha demostrado que la presencia del ciberbullying en nuestras aulas aún es poco significativa. Sólo un 2,15% del alumnado reconoce a veces mostrar algún comportamiento agresivo a través de las redes sociales. Las víctimas registran un porcentaje mayor, pero apenas supera el 5%. Como práctica habitual no lo reconoce ni lo padece ningún alumno. Atendiendo a los testigos, se infiere una percepción más alta; no obstante, no superan el 4%. Respecto al género, se declaran más chicas víctimas y los chicos presentan más porcentajes de asumir el rol agresor dentro de unas probabilidades totales muy bajas. Por curso, se detecta que tanto en 1º como en 4º de ESO son inexistentes estos comportamientos; siendo 3º de ESO el curso que presenta el mayor índice de ciberacoso.
Resultó ser un fuerte predictor de conductas violentas y de acoso la proveniencia familiar de los hijos. Aquellas familias con alto grado de desapego y predominio de un estilo parental negligente y violento, con ausencia de afecto y reconocimiento y carentes de normas u obligaciones tienen hijos con mayores probabilidades de asumir roles violento. Sin embargo estado civil de los progenitores parece no tener relación directa con tales comportamientos. También se constata la relación entre conductas violentas del alumnado y bajo nivel de estudios en los padres. En el sentido inverso, a mayor nivel de estudios de los padres menor probabilidad de acciones violentas en los hijos.
Se ha demostrado que contexto socioeconómico guarda una relación directa como factor protector o facilitador en su caso de conductas agresivas: conforme desciende el nivel socioeconómico de una familia y disminuyen las prestaciones e infraestructuras elementales y básicas de un barrio, aumentan las probabilidades de aparición de conductas violentas y de acoso entre los menores que proceden de ellos. Por contra, las zonas urbanas que disponen de un entorno económico medio e infraestructuras adecuadas ven disminuir notablemente los índices de violencia y acoso entre sus jóvenes. Alumnos con dificultades académicas, como son los alumnos repetidores muestran una disposición mayor a la realización tanto de determinadas conductas agresivas ocasionales (frecuencia a veces) como de las que suponen acoso respecto a los alumnos no repetidores, en porcentajes relativamente significativos.
Finalmente no se han encontrado evidencias que determinen que ciertos hábitos de ocio sean precursores de la violencia en jóvenes. Tanto alumnos agresores como no agresores exhiben mismas tendencias en la práctica de hábitos de ocio. Asimismo el consumo televisivo o el de video juegos, por ejemplo, no elevan las probabilidades de situarse en un rol violento. Sin embargo sí se ha detectado que aquellos alumnos que leen habitualmente tienen menos probabilidades de incurrir en conductas de acoso.